Se lee mil veces el mismo poema en la desesperación,
llega por sí mismo.
Las noches como musas inspiradoras. Éste es un espacio donde la autora coloca el producto de esas reflexiones. Todos los derechos pertenecen a ella, se prohíbe el plagio.
Mordisqueo levemente tus labios con ese goce exacto entre dolor y placer. Mi mano va sin prisa descendiendo hasta el cinturón café que te sujeta. Vacila un rato por el lugar público.
El deseo comienza el ritual nocturno de luna llena.
Decidida entra, cual reptil, en la cueva misteriosa. Un gemido ahogado entre las dragonescas lenguas en posesión, ahí, sin prisa. La epidermis en punta de mis dedos hace contacto con la tuya erecta, dibujándola.
Mi boca continúa devorándote.
Una sala de espera. El sabor del café entre los labios. La erotización como sujeto y objeto de cuantificaciones literarias. Múltiples escenas pasan ante mí pidiendo ser fictivizadas, por ahora son incipientes historias de mundos alternos. Sólo entiendo algo:
Sé de ese nombre.
Sé de ese rostro herido.
Sé de ese error que fragmentó.
Estos huesos calcinados se arrastraron por las húmedas veredas porteñas. Nuevamente el mar con su ir y venir resuelto. Anduve por la Calle de la Amargura esquina Revolución en debate. No estuve yo con mi circunstancia sino contra ella. Crucifixión y redención simbiótica. ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Tristeza? Soy un rehilete multicolor en movimiento, buscando, siempre buscando. Las palabras-viento continúan en giro. Faltó la poesía, falto la música, faltó el ron que destilara los pasos de mi ausencia. Todos los cafés del mundo no bastan. La sala continúa en espera.
(Publicado en Revista Origen julio-agosto 2010)
Tecla por tecla en estridente música. Los tres toman una copa de vino provocando el calor nocturno del Eros. Entre ellos, el músico hace una pausa, se levanta, conversa un rato y retorna a su actividad. Entonces los otros dos, aquellos dos, se miran cómplices sin articular palabra. No lo necesitan para comunicarse. Risotadas y juegos intensos se despiertan entre medio de la oscuridad. Tres frente al piano de la sala, testigo desafinado de ese momento.
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Es sólo el sentir punzante del dolor.