martes, 22 de septiembre de 2009

Anonimato

Escribir línea tras línea y comenzar a perderse en la cadena de lecturas.
Yo soy el eco de otras voces que me antecedieron.
Pasar el renglon sin denunciar la autoría. (Tus) (Mis) Las palabras fantasmagóricas que viajan por el espacio.
Decir y no decir.
Aceptar y no aceptar.
El zigzagueo de un licor fermentado que dirige mis pasos. Pensar o negarse a pensar para darse por vencida.
Un puño de tierra en una mano y en la otra el tiempo vacío.
¿Me importa?
Llegar a un punto sabiendo que no se puede avanzar más, que no se debe avanzar más. El desconocimiento sería en ocasiones preferible a la agonía.
Una página -----Dos cafés
Una charla ----- Tres cervezas
Una ilusión ----- Cuatro desvelos
Un temor -----Miles de lágrimas

Cronotopìa existencialista del devenir queriendo cubrir expectativas.
¿Lo deseo?
La palabra se funde en la palabra. A fin de cuentas, siempre se trata de desaparecer en pos del Otro.

Calla

El silencio ahonda en la sala. Un suspiro surge de tu boca. El espacio cerrado, brillante, como un cubo de azulejo. Dividido en dos, los ventanales clausurados herméticamente como un chupón en la boca de un niño. Al centro una cama y en ella tú, de cuerpo blanco, blando, adelzadado.
¿Por qué tú? Tú entre doctores azulados y enfermeras angélicas. Tú habiendo un mundo afuera, una ciudad, una familia, yo...
Un frío acoge mi masa entre estas paredes por la voz de alguien que dicta tu destino. Impulso mi cerebro tratando de articular palabra. No puedes ser tú. Esto es como un sueño, la aventura de mi alma a un mundo alterno. Todo te delata. Un asesino anónimo que hirió tu cuerpo. Era innecesario pensar en los orígenes de tu mal. Inutil desconectar esas dos bolsas drenantes, donde el líquido de oro empobrecido y azufre maloliente brota.
Un suero te ata a esa cama plástica. Difusas figuras entran y salen vigilantes. Las gárgolas de tu habitación. Entendí que necesitabas gritar, pero calla por esta vez, ahoga en tu interior el lamento. Furia, lo entendí. Si pudiera... si pudiera arrancar el pasado y formular un futuro sano. No puedo.
Necesito que vivas. Escucharte reír. Lo sé, no es fácil. Resulta temeroso pensar hacia adelante. Una parte de mi estará en ti. Te saludo en el límite de la inconsciencia tras el ventanal del cubo. Calla por última y única vez. La vida aún nos depara muchas cosas.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La muerte de la pasión

Él se encuentra sentado junto a la pequeña mesa en el fondo del lugar. Saca una cajetilla de Marlboro y fuma uno. Mira por la ventana de aquel Café, es de noche y llueve delicadamente como lágrimas de ojos eternos. A lo lejos se escucha una suabe música, un blues melancólico que hace llorar en medio de la tristeza. Una joven cruza la entrada.
Ella, de largo escote y con una bolsa en la mano, parecía provenir de un evento cercano. Mojada se acercó al mostrador. Él la seguía con la mirada, le gustaban los zapatos de razo negro que cubrían su delgado pie. Le excitaba la blancura de su piel. Sus brazos descubiertos le hacían imaginar las fantasías sexuales más delicadas, no quería quebrar su frágil cuerpo.
Las gotas en el cristal caían pausadamente. La lluvia disminuía. Él miró nuevamente la ventana. Ahora perseguía el trayecto que seguía una gotita apareándose con otra. Volvió a enfocarse en la joven.
Decidido, puso la colilla del cigarro sobre el cenicero. Iba hacia Ella. Dudó cuando un joven mesero se interpuso. Caminaba ahora con la intención de pagar lo consumido pero Ella ejercía una atracción inusual con su vestido rojo. Esperaba cerca del mostrador casi rozándola. Aspiraba su perfume, "una mujer de carácter fuerte y dominante" pensaba él. Ella no lo advirtió. La voz del cajero lo distrajo de su trance.
-Parece que ya disminuyó la lluvia- decía en voz baja para atraer la atención de Ella, al no tener respuesta alude directamente- ¿Espera a alguien? Disculpe mi indiscreción pero no podía dejar de mirarla.
Ella se apartó del lugar para sentarse en una mesa evitando la charla del desconocido. Él inmutado salía del Café. Las manos en los bolsillos le daban un aire despreocupado. Agachó la cabeza para cubrirse un poco del agua. Caminó dos cuadras y esperó. Una hora más tarde Ella salió del Café. En su rostro se dibujaba la tristeza, llamó un taxi. A la distancia él aclanzó a mirarla. Suspiró la frustración. A su paso encontró a una ebria mujer.
-¿Se encuentra bien? -insinuante se acercó a su brazo
-Voy aquí a unas puertas... pero si no te importa... podemos llegar a una tarifa
-¿Cuánto cobras?-sonrió ruborizado
-400 sólo porque me agarraste de buenas guapo
Llegaron al departamento de Lucy (como antes le había dicho la ebria mujer). El sitio se confundía entre los miles de edificios del sector Libertad. Al abrir observó la precaria condición en que vivía. Una cama individual, la cocina confundida con el comedor y en el fondo un pequeño baño. Lucy lo atrajo hacia el interior, él prefirió sentarse en una de las dos sillas del lugar.
-Bueno, si lo prefieres en la silla...- Lucy se acercaba de manera metódica hacia el cinturón de él -. Dime cómo lo quieres.
Él la miró con asco, se levantó y salió de la habitación dejando atrás los gritos de Lucy. Consternada se sentó en la silla antes ocupada por él. Dormitaba por el alcohol ingerido. Treinta minutos más tarde él regresaba al departamento de Lucy. Se acercó rápidamente a ella y la sujetó con una soga a la silla tan veloz que ella no pudo reaccionar. Lucy gritaba palabras inconexas, él sin hablar la miraba detenidamente. Tomó la otra silla y se sentó frente a ella. Se acercó seductor, sentía el deseo de ella. Sacó un cuchillo de su pantalón. Lo pasó por su rostro y cortó sus labios. La sangre lo excitaba aún más. Bajó hasta la garganta cortándosela. Besó su cuello rojo. Se retiró en la oscuridad dejándola en ese estado.
A la mañana siguiente él despertaba en su habitación. Cansado se dirigía al comedor para tomar su desayuno e ir a trabajar.

Graves notas musicales

DO

Alejandro se encontraba recargado en la pared de la Escuela de Música. Yolanda tenía ya 20 minutos de retraso. Camina hacia una de las bancas cerca del Degollado y mira con admiración las bandejas de metal coloridas por paisajes exóticos y recurrentes. El color y la sensibilidad son mutuas amigas. Se sentía cansado, había tenido una noche complicada llena de música y café en Chapultepec. Ahora él estaba ahí, esperando a Yolanda para continuar con su tesis. Ambos intentaban con su investigación dar un nuevo giro a la cibermúsica.
Alejandro seguía esperando.

RE
Yolanda llegaba. Los colores tornasolados en su sistema denotaban en ella una elegante presencia. Se acercaba con lentitud hacia donde se encontraba Alejandro. Él dormía y sin alejarlo de su actual estado lo condujo al interior de la biblioteca. Una vez acomodado comenzó la investigación.

MI
Alejandro, horrorizado, navegaba en un líquido rojo semejante a la sangre, no era suya, no podía serlo. Miró a su alrededor y una mujer anciana frente a él había sido asesinada. El cuerpo le impedía movilizarse con facilidad. Pensaba para sí, que el cuerpo humano sin alma pesa más que trescientas toneladas de hierro viejo. Con cuidado, alejaba el cuerpo. Pidió ayuda. Observó un cesto de basura ancho y alto, se acercó a él para depositar a la anciana muerta. Salió caminando de la biblioteca desconsolado.
Sentía que él ya no era el mismo. Un mosquito se posó sobre su hombro y al intentar espantarlo salpicó un poco de su sangre. No era de él, no podía serlo. El exterior no había cambiado mucho desde la última vez que lo miró. Los hombres continuaban dibujando las charolas de metal. Escuchó una voz a lo lejos, como un eco. Se paralizó.

FA
En un impulso, Yolanda movió el brazo de Alejandro. Despertó alterado.

-¿Qué sucede?-preguntó ella intrigante
-¿Dónde estamos Yolanda? ¿Qué hacemos?
-Creo que la pregunta sobra - lo miró enojada- Estamos en la biblioteca, te traje acá y todo iba bien hasta que me golpeaste ¿qué soñabas?
-Lo más trágico que pueda soñar alguien como tú o como yo -en tono serio y complejo-. Soñé que me encontraba en este mismo lugar, solo, una mujer anciana había sido asesinada... Todo era tan real, era como si fuera otra vida alterna.
-¿Era humana? -preguntó alarmada Yolanda- ¿qué hiciste?
-¡La tiré a la basura! -exclamó excitado-. Lo peor de todo es que yo era humano también. ¿Entiendes Yolanda? Es lo más terrible que nos pudiera suceder... Humano... Con lo egoistas que fueron y tanto daño que hicieron... ¡¿Te imaginas si yo lo fuera?!

SOL

Yolanda y Alejandro se miraron con temor. No hubo respuesta. Los circuitos de Alejandro comenzaron a escanear los libros para introducir las notas en una base de datos. La memoria RAM que poseía no era como la de Yolanda.
Mientras continuaba el proceso, Alejandro emitía las notas DO, RE, MI, FA, SOL de manera constante, en sostenidos, breves, mayores o menores. Yolanda disfrutaba del concierto que el cuerpo de su amigo emitía. Ella sólo podía conectarse a cinco consolas de audio electrónico en un radio de seis kilómetros. Ambos se complementaban esa tarde.

Dulces sueños

Ahora que las nubes se han despejado y el sol por fín salido, dos niños sentados en la acera miran pasar a la gente. Entorpecen el caminar apresurado de los amantes del reloj.
Una muchacha sube el puente de La Normal para cruzar la avenida. Trae en su mano el vestido rojo de la tintorería. Sube las escaleras del puente cuidando no resbalar, pues aún están mojadas por la tormenta que sucedió hace tres horas.
Los fuertes rayos espantaban a cuanta rata pasaba por ahí. Los faroles de la calle estallaron con tremenda fuerza. Nadie podía salir. Los cables de teléfono y luz parecían chicotes latigando a los insectos y las cucarachas.
Al bajar el último escalón del puente, la muchacha con el vestido rojo, los niños que antes miraban pasar a la gente le arrebataron el vestido rojo. Ella intentó alcanzarlos pero su tacón se atoró en una de las alcantarillas abiertas de la zona. Los perdió de vista. Desesperada gritó y gritó pidiendo auxilio, pero los policías no atendieron a sus súplicas.
Pasa un inmenso helicóptero tendiéndole una escalera. Se estira, cuando casi lo alcanza pasa un camión. Ella cae estrepitosamente sobre la banqueta en la que antes estaban los niños mirando pasar la gente.
*****
La niña de pijama roja abre sus ojos con miedo y comienza a llorar. Se ha caído de la cama sobre el helicóptero y el camioncito que sus dos hermanos dejaron en la habitación. Afuera llueve torrencialmente. Son las tres de la mañana.

Lectura

Te tengo en mis manos y te hojeo igual que un libro. Leo tus deseos en los pensamientos. Luna Reina aparece con su corte vestida de lujo.