sábado, 13 de junio de 2009

No hay dolor en la voz

Oigo mis pisadas de tronco caído. La neblina me persigue por la Avenida Grecia y me espera en Macul. Es tarde. El cielo plomizo cae sobre mí como tratando de borrarme. Avanzo. Las risas de algunos universitarios se diluyen entre la espesura del ambiente. Cristales de un cielo terrenal se estrellan en mi cara sin herirme. Me detengo intentando ubicarme entre las calles, no sé si he pasado la esquina de Exequiel Fernández. ¿Qué hacer cuando te das cuenta del desamor? Fue cruel al decírmelo. Miro a los lados. Presiento que alguien se acerca. ¿Me detengo? Continúo.

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