viernes, 5 de febrero de 2010

La bohemia de un sitio

Una vez a la semana regreso a este punto. Salir de las cuatro paredes que contienen la tristeza para no pensar en ella; ayer las ventanas lloraban despojándose de todo residuo, ya no había espacio en la habitación. En dos semanas se pueden reunir todas las frases de amor no dichas y desgarrar las ropas que las visten. El río vecino en su grito silencia el pensamiento. Necesario, entonces, que una vez a la semana regrese a este punto (mi punto) para dejarlo hablar.

Respiro el café en este vasito desechable. No deseo preocuparme por la contaminación, lo orgánico y lo inorgánico, soy cómplice de la agónica muerte globalizada. El sillón compartido con extraños, la sonrisa cortés, las miradas, los hombres de abrigo y bufanda... Este sitio en Ávila Camacho de jazz como fondo musical para acompañar la charla, de computadores sobre mesitas individuales. Leer es un acto de soledad y, aún así, estamos todos reunidos.

Pienso que me gustaría vivir en los departamentos de arriba. Bajar todas las mañanas en pijama por mi café y el cheese cake del aparador para escribir la gran novela. Deambular los domingos descubriendo rutas alternas en las callecitas escondidas. Llegar los sábados a las seis de la mañana después de un carnaval de risotadas y vino, para continuar con la ronda esa noche. Comenzar a fumar y sentarme en la esquina donde está el parque sólo por dar la contraria.

Regreso a mi punto. No hay cabida para las emociones y los ensueños. Tomo un sorbo de café. Miro el tránsito vehicular por los ventanales.

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